Esta historia huele a leña de montaña y la cuentan las piedras, pero también los hombres y las mujeres que las trabajaron durante siglos.
Desde el tiempo de los fenicios, en el siglo VIII antes de nuestra era, está documentado cómo se recorría a la cocción de piedra calcárea en grandes hornos excavados en la tierra para conseguir la cal. Este elemento resultaba básico como material de construcción, mezclado con tierra o arena y agua, pero también, disuelto solo con agua, para pintar o desinfectar. Parece que hablemos de cuestiones que pertenecen a la noche de los tiempos, pero hasta los años 60 del siglo XX el sustento de la mayor parte de las construcciones de nuestro pueblo era la cal, un material que gana solidez con el paso de los años gracias al proceso de mineralización y que otorga a los viejos edificios su proverbial resistencia.
En Xàbia conocemos la existencia de los hornos de cal desde la época romana. En el asentamiento de la Punta de la Fontana, en el Arenal, la cal que se producía en estas bien diseñadas estructuras se utilizó para el revestimiento del mortero hidráulico de las balsas donde se elaboraban los salazones. También es posible rastrear este material en forma de mortero, argamasa o pintura en numerosos asentamientos agrícolas de la misma época.
Su uso se mantendría durante el periodo andalusí, como atestigua la Torre de les Capsades, del siglo XI o XII, y tendría continuación en la época cristiana, a partir del siglo XIII, cuando la villa de Xàbia nace como entidad urbana.
Los hornos que todavía hoy se conservan en nuestro término municipal y han sido restaurados por el Ayuntamiento son, muy probablemente, de mediados del siglo XVIII, momento en que el abancalamiento y los trabajos de transformación agrícola destruyen muchas de las estructuras anteriores.
¿Qué son y cómo funcionaban?
El horno de cal es una gran estructura cilíndrica, parcialmente excavada en el terreno, definida por un robusto muro de piedra con una puerta estrecha y larga. En el muro interior se colocaban las piedras según el tamaño, creando un armament o vuelta que se cerraba con una piedra llamada clau. En la base, rodeando el interior del horno, se situaban las rocas más grandes formando lo que se llamaba la manceba, mientras que las más pequeñas se situaban sobre la vuelta, en las zonas con menos calor. Para tapar el horno se hacía un cubrimiento de tierra que se llamaba encegat.
El interior se llenaba de leña, y se añadía más a medida que iba quemándose; eso suponía que el calciner debía vigilar noche y día para mantener el fuego, hasta que la piedra – carbonato cálcico, CaCO3 – se convertía por acción del fuego, en óxido de calcio – CaO – popularmente conocido como cal viva.
Cuando el proceso estaba listo, se dejaba enfriar el horno durante unos cuantos días y después se distribuía y vendía la cal.
Hay que añadir, para hacerse una idea aproximada de lo que exigía la manipulación de los hornos, que se consumía una ingente cantidad de leña que se tenía que extraer de la montaña, a mano, solo con la ayuda de un largo y pesado bastón, llamado arriot, que permitía “empalarla” y llevarla verticalmente, el haz apoyado directamente en la cabeza. Para evitar lastimarse con las ramas, los hombres hacían servir de protección los esportins, recipientes planos de esparto que servían para prensar la pasta de aceituna. Y si no había esportins, pues boinas, gorras o telas de saco.
¿Dónde están?
Hace poco más de cincuenta años había 54 hornos censados en el catastro rústico de Xàbia: 22 en la Guardia, 13 en el Cap de Martí, 10 en La Plana, 4 en La Granadella, 2 en Lluca, 2 en Ramblars y 1 en el Portitxol.
Hoy, sin embargo, el urbanismo extensivo ha hecho que los hornos de cal que se pueden visitar sean solamente cuatro: dos en el entorno de La Plana (el de Les Faroles – por estar cerca de casa de la familia que se encargaba de la farola del faro del cap de Sant Antoni – y el de La Plana) y dos en el de la Granadella (el de Joan de Golaestreta y el de la Granadella). En los cuatro encontraréis paneles que explican lo que veis, así como las estructuras fielmente restauradas.
La ubicación en estos parajes no es casual; los hornos se hacían en zonas alejadas del casco urbano, donde hubiese leña suficiente a disposición y se encontrara la piedra calcárea.
Así que ya sabéis, no perdáis la ocasión de hacer la vía dels calciners en estos meses de otoño o invierno y conoceréis de cerca estructuras humildes y esenciales que nos hablan de quiénes fuimos y qué relación tuvimos con el territorio. Disfrutaréis de paisajes únicos y rendiréis homenaje a aquellos valientes que desde la época romana y prácticamente hasta hace una generación, con su trabajo levantaron un mundo entero.
Nota: si queréis profundizar en ésta y muchas otras historias, en el Museo Soler Blasco encontraréis toda la información.